Considerando que cada grupo es particular y que dentro de él, cada niño es un sujeto singular, podemos pensar algunas generalidades que nos permitirán trabajar mejor. Cuando la posibilidad de atención y concentración se ve obstaculizada lo ideal es disminuir la cantidad de estímulos que se ofrecen. Muchas veces, pensamos que cuanto más material le ofrezcamos a los niños mejorará su capacidad atencional.
Está comprobado que a un niño con trastornos de atención hay que ayudarlo a focalizar. Seguramente, no lo lograremos abarrotándolo con estímulos que provocarán el efecto contrario al buscado. Esto es, su desatención será aun mayor no pudiendo fijarla en un solo objeto.
Es importante considerar este aspecto, ya que es común por ejemplo que se indique a los niños que se “mueven mucho” hacer actividad física. “Así va a descargar”, suele decirse; como si se tratara de vaciar de contenido un continente. Cuando en realidad, a un niño excitado hay que calmarlo, y no colmarlo de más excitación.
Sería algo así como otorgarles estímulos fuertes como los que se observan en los videos juegos, que producen un alto grado de ansiedad traduciéndose muchas veces en movimientos corporales de quien los ejecuta.
Por el contrario, debemos proponernos un programa de trabajo acotado, con un tiempo también acotado, y con una meta específica que deberá cumplirse. Por lo general, recomiendo actividades de caldeamiento, como ser la confección y manipulación de masa o actividades de jardinería, que implican un movimiento con sentido. Además, el empleo de técnicas de relajación y respiración, representaciones y dramatizaciones a nivel grupal, permiten descomprimir tensiones y abordar la actividad desde otro lugar.
A menudo, se opone resistencia a este tipo de intervenciones. Pero la flexibilidad y maleabilidad del docente es indispensable para poder enfrentar la nueva realidad que se nos ofrece. Una realidad distinta de la que nosotros fuimos protagonistas cuando niños y estudiantes.
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